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18 nov 2012

“El Quijote Caraqueño y El Frankestein del Ávila”

El Cerro Ávila o Guarayra Repano (nombre original de los indígenas) es un ícono inconfundible de la Ciudad de Caracas. En lo particular, mis recuerdos de infancia están cargados de imágenes donde la verde silueta de este hermoso cerro es protagonista constante. Una de esas remembranzas recurrentes son de mi escuela, donde la vista de casi todos los salones era esta soberbia montaña. Los niños comentábamos entre nosotros, historias provenientes de nuestros padres, hermanos mayores y hasta de nuestra imaginación, cargadas de leyendas y mitos, siendo el Ávila su protagonista principal. Algunas de esas historias hablaban de la presencia de una supuesta “Bruja”, la cual se robaba los niños en la ciudad y los internaba dentro del espeso verdor para mas nunca volver a saber de ellos .
También se aseguraba que El Ávila era realmente un volcán dormido, algo así como nuestro propio Monte Fuji. Pero algunas de estas historias tienen un alto nivel de veracidad, recordé algunas de ellas, mientras recorría con mi cámara en El Ávila, desde el preciso momento de subir por el teleférico, hasta llegar al Picacho de Galipán.
Algunas que llegaron a mi mente fueron el “Quijote Caraqueño” y también el misterioso “Frankenstein del Ávila”.


“El Quijote Caraqueño”
Corría el año de 1595 cuando el corsario inglés Amyas Preston, invadía la ciudad de Caracas. Este personaje visitaba por segunda vez las costas de Venezuela, anteriormente había sido víctima de un naufragio que lo llevó a las costas de La Guaira y a su posterior captura por Los Españoles, quienes lo apresaron y lo obligaron a cargar unos pesados grilletes.
Gracias a su jovialidad pudo ganarse la simpatía de sus carceleros y le asignaron el cargo de mensajero. Su excelente actitud ante el trabajo forzado y su peculiar forma de llevar tan incómodo yugo, lo hicieron famoso en la zona, adjudicándole el remoquete de “el hombre de las bolas al hombro” . Dicen algunos estudiosos de la etimología que gracias a Preston hoy en día en Venezuela decimos que alguien “le echa bolas” cuando trabaja con esmero y tesón y también decimos “se echó las bolas al hombro” cuando alguien trabaja sin mucho estrés. Sin embargo al volver a estas costas lo haría con otra actitud, con sed de venganza, es así, como incursiona a través de un antiguo camino indígena, gracias a un informante. Ruta esta, distinta al hoy conocido “Camino de Los Españoles” y que le permitió el factor sorpresa y sortear los fortines instalados en dicha vereda, sin embargo un anciano y veterano soldado del Ejercito Español de nombre Alonso Andrea de Ledesma al enterarse de la fechoría que planeaba Preston, no titubeó al decidir encararlo con su yelmo y coraza. Luego de herir a varios de los transgresores, cayó mortalmente herido por los sables corsarios .
Se dice que Preston al presenciar tal acto de valentía, le pidió a sus hombres que le hicieran un entierro digno de su coraje con honores militares incluidos. Esta historia se popularizó en España, aderezada con mucha fábula y épica, razón por la cual muchos aseguran que sirvió de inspiración a Miguel de Cervantes para su inmortal obra Don Quijote de La Mancha.
“El Frankenstein del Ávila”
En el año de 1840 emigra a Venezuela un médico alemán llamado Gottfried Knoche, luego de revalidar su título de médico 5 años después, funda un hospital en La Guaira, donde atiende de manera ejemplar, incluso muchas veces sin cobrar a los enfermos, siendo de especial importancia su aporte en los tiempos de la terrible epidemia del cólera, la cual afectó a gran parte de la población del Litoral Central y de Caracas, haciéndose merecedor de una condecoración por parte del Presidente Guzmán Blanco en el año 1883.
El Doctor Knoche era un gran amante de la naturaleza, razón por la cual decide comprar una hacienda cerca de la población de Galipán en el Cerro Ávila, la cual llamó “Buena Vista”. Allí se mudó junto a su esposa y sus asistentes, posteriormente vivirían también sus hijos y su yerno.
En dicha hacienda, el Dr. Knoche experimentaría una fórmula de embalsamamiento de cadáveres , la cual permitía momificarlos sin necesidad de extraer sus órganos vitales. Para tal fin trasladaría cadáveres no reclamados de la Guerra Federal, en el lomo de una mula, hasta su hacienda, siendo el más reconocido el soldado José Pérez, a quien embalsamó y convirtió en perenne custodio de sus predios.
El prestigio del Dr. Knoche y lo novedoso de su sistema de momificación, con el cual, de cierta forma vencía a la muerte y al olvido, le generó cierta notoriedad en la época, permitiéndole embalsamar a un ex Presidente de La República (Lináres Alcántara) y a un reconocido periodista y político de la época: Tomás Lander, a quien momificó y a petición de sus deudos, sentó en la silla del escritorio de su estudio, donde permaneció intacto, en posición de trabajo por casi 40 años.
Progresivamente fueron muriendo los miembros de la familia Knoche, razón por la cual construiría un mausoleo y prepararía personalmente los cuerpos de su hija Anna, su yerno Heinrich y su hermano Wilhelm, dejando lista la formula para su propio embalsamamiento, confiándoselo a su fiel asistente Amalie Weimann, la cual llevaría a cabo sus deseos luego de la muerte del Dr. Knoche a los 88 años de edad en 1901. Amalie vivió por 25 años más en completa soledad, hasta que en 1926 muere y según sus deseos expresados al Cónsul Alemán, sus restos fueron sepultados en el mausoleo y las llaves arrojadas al mar, llevándose para siempre al sepulcro, la fórmula secreta del embalsamamiento.
Al no haber herederos, la hacienda fue saqueada por buscadores de tesoros y las momias esparcidas por todo el lugar, y con los años, la vegetación y los inescrupulosos visitantes, terminaron, casi en su totalidad, con los pocos restos del lugar, donde una vez habitó un brillante científico , cuyos experimentos le ganaron en la imaginación popular, la comparación con el personaje de la novela escrita por Mary W. Shelley: “Frankenstein o el Moderno Prometeo” , inmortalizado posteriormente en los años 30 gracias a la industria del cine y a la escalofriante actuación de Boris Karloff.