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3 oct 2010

"La Cueva del Tesoro"

Al vivir en un lugar como Margarita, son muchas los tesoros que como fotógrafo, artista, turista o bien como curioso, puede uno encontrar. Durante muchos años nos enseñaron que las fortificaciones coloniales, legado de los españoles del siglo XVI y XVII en su mayoría, se habían construido para repeler el vandalaje de unos malhechores de la antigüedad, los cuales han sido tildados de aventureros, desalmados, maleducados y hasta malolientes, en definitiva se les llama “Piratas”. Ellos hicieron desmanes en nuestras costas, pero al indagar un poco en los hechos históricos uno encuentra que en muchos casos, estos supuestos “cuatreros de la antigüedad”, no eran tales, o por lo menos, no todos. De hecho, mucho de ellos eran simplemente desestabilizadores a sueldo o mercenarios comerciales, con licencia real de sus respectivos países (Reino Unido, Francia y Holanda), los cuales eran los principales afectados por el terrible bloqueo comercial implantado por el Imperio Español, cuyo mayor esplendor fue alcanzado durante el reinado de Felipe II. Estos personajes lograron su cometido con tal éxito, que consiguieron hasta arrebatarle algunas colonias en el Caribe, a los Españoles (Jamaica, Curazao, etc) . Dichas acreditaciones eran llamadas: “Licencias de Corso” (de donde proviene el término “Corsario”) y su presencia estaba, a mi parecer, más que justificada, debido al monopolio comercial asfixiante de la Compañía Guipuzcoana(española), contra el resto de naciones europeas. Países como Holanda, la cual formaba parte de Flandes, le costó una larga guerra de 30 años el independizarse de España, no tuvo otra opción que hacerse a la mar para conseguir un mineral muy preciado por ellos y por las primeras civilizaciones: La Sal. Este pálido fruto de la deshidratación marina era utilizado para una próspera industria neerlandesa: ”El Salado de Pescado” y para tal fin necesitaban grandes cantidades de dicho mineral, de esta manera los Flamencos con sus famosos corsarios como Boudewijn Hendrijks, mejor conocido como “Balduino Enrique” se dan a la tarea de tomar ciertos territorios en el Caribe, y específicamente en Venezuela y Puerto Rico, muy ricas en Sal, (como la Península de Paria, la Isla la Tortuga y la Isla de Margarita, entre otras.) . Estos lugares, además de ser saqueados, también fueron destruidas la mayoría de las fortificaciones militares, construidas por los Españoles para su protección. Aprovechando cierto descuido de sus colonos, instalaron grandes salinas y asentamientos, incluso trataron de fundar una colonia en la Guayana Venezolana. El pueblo de Pampatar en la Isla de Margarita, nació y creció inmerso dentro del drama de este conflicto bélico – comercial. Desde su nombre cuyo significado es “El Pueblo de La Sal”, hasta su legado arquitectónico, tienen un común denominador: El Cloruro de Sodio. Al visitar Pampatar uno puede revivir esa interesante época, al transitar y captar con la cámara, los vestigios de ese pasado con olor a pólvora. Desde el remozado Castillo San Carlos de Borromeo (destruido por piratas y reconstruido posteriormente), el Fortín de La Caranta (derribado por Balduino Enrique), las Salinas de Mampatare e incluso un lugar poco conocido por los turistas y algunos de los pobladores: La Cueva del Bufón. Esta formación cavernosa, semi-sumergida, está llena de misticismo y olvido. En sus fosas (cuentan las historias no oficiales) era donde los corsarios y piratas almacenaban sus botines cuando éstos no cabían en sus embarcaciones. Cabe destacar que los barcos más usados por los Holandeses eran “Las Urcas”, cuyo tamaño era considerablemente grande, idóneo para su utilización en cargas de ultramar. Eso nos da una perspectiva de las dimensiones de la extracción y saqueo de la que fue víctima las costas de la Isla de Margarita en el Siglo XVII.Esta cueva está estratégicamente ubicada en una formación rocosa junto a las Salinas de Mampatare, llamada Punta Ballena (nombre adoptado por ser paso de Ballenas Sardineras), incluso hoy en día, es difícil apreciarla, a menos que algún lugareño gentilmente nos lleve a élla, bien sea por mar o por tierra. Al visitar La Cueva del Bufón, uno siente una extraña sensación, un silencio lleno de historias, muchas aún por contar, leyendas que vienen y van, como el Mar que la golpea a diario y guarda celosamente sus secretos.

Lamentablemente, unas personas inescrupulosas construyeron una casa sobre dicha caverna, deformando la fisonomía de la misma, y aunque el gobierno de turno, ordenó derribar dicha casa, el daño ya estaba hecho. Hoy en día se puede apreciar el concreto sobre el techo de la cueva, además de un imponente faro sobre el risco donde ésta se encuentra, propiedad de la Marina de Guerra, la cual protege el área desde hace pocos años.



8 jun 2010

"Tesoros Inadvertidos"


Como ya lo he comentado en anteriores artículos, cada vez que conozco algún sitio, visito un lugar histórico o escucho algún relato, suelo preguntarme: ¿sabemos donde estamos parados?, la verdad es que muchas veces ni siquiera imaginamos con certeza los sucesos que han podido acontecer, incluso en nuestro propio hogar con anteriores ocupantes. Muchas personas piensan que a veces es conveniente no conocer el pasado (“ojos que no ven, corazón que no siente”), otros piensan que lo mejor es contar una versión muy “conveniente” de los sucesos de otrora. Yo comulgo, como amante de la historia que soy, con la frase de Camille Sée (Político Francés del siglo XIX): “Aquellos que no estudian su historia están condenados a repetirla”, y también me atrevería a agregar que un pueblo es capaz de mantener vivo su legado y su cultura, a través del rescate sistemático de sus tradiciones, de la lectura y de los valores que son las bases de nuestra propia evolución humana.
Vivo en un país muy joven, tanto que puede ser considerado “adolescente” (comparado con naciones hermanas con culturas ancestrales). Como bien este adjetivo lo dice, adolecemos de muchas cosas, entre las cuales está la memoria. Como muchachos quinceañeros, nuestra población ha aprendido a vivir sólo el tiempo presente, aunque muchos románticos se esmeren colocando placas y levantando estatuas celebrando hechos históricos, la verdad es que de poco sirve, cuando no existe una verdadera valoración y conocimiento de nuestro legado, y eso sólo se puede aprender tanto en casa como en la escuela. Por cierto este aprendizaje no debe ser de manera tediosa, repitiendo como máquinas, fechas y batallas, como se suele hacer en algunas instituciones educativas, sino a través de relatos recogidos por historiadores, por medio de visitas a sitios históricos y aprendiendo de las enseñanzas que han dejado las experiencias vividas por nuestros antepasados, para que de esta manera tratemos de no cometer los mismos errores.

Cuando me encuentro realizando fotografías en un lugar, me gusta conocer un poco mas de su historia, no me conformo simplemente con hacer unas capturas de alguna edificación antigua, una plaza o un monumento. La belleza no sólo está en lo que vemos, me gusta que las fotos hablen el mismo lenguaje que los cuadros, dicho idioma es interpretado de manera distinta por cada espectador.
Siempre me he sentido seducido por la curiosidad cuando descubro que un lugar guarda un secreto, el cual ha pasado inadvertido por la mayoría de los transeúntes. Éste fue el caso de mi experiencia al decidir un día tomarle una foto a una capilla muy bonita y modesta en un pueblito, el cual la modernidad lo ha forzado a borrar sus límites y fundirse en una sola metrópolis con sus pueblos cercanos. Estoy hablando de la población de Los Robles, ubicada entre Porlamar y Pampatar, las dos principales ciudades puntales de desarrollo inmobiliario y turístico de la Isla de Margarita.
Los Robles desde hace unos años se ha convertido en un lugar de tránsito para las personas que desean trasladarse entre estas dos poblaciones o bien si desean dirigirse hacia las principales playas de la Isla. Para cualquier poblador de Margarita es algo cotidiano pasar frente a su hermosa plaza (Plaza Bolívar), adornada con una escultura con la forma de “Madre Perla” con una figura femenina en su interior, la cual, en las noches se viste de agua y luces, funcionando como una hermosa fuente. Igualmente llama la atención su pequeña iglesia, cuya fachada ha sido cambiada de color varias veces en estos últimos años y cuyo diseño deja claro su legado arquitectónico colonial por su semejanza con otros templos contemporáneos tanto en la Isla de Margarita como en tierra firme (construida en el año 1750).
Todo lo narrado anteriormente describe un lugar bonito, merecedor de unas cuantas fotografías, una parada turística más (pensarán algunos), pero lo que realmente asombra y obliga a quedarse, es descubrir, tras indagar con los lugareños, la existencia, dentro de esa modesta iglesia, de dos preciados tesoros, ambos enviados especialmente por la Reina Juana La Loca (1479 / 1555) para la Isla de Margarita en el Siglo XVI.
Una campana de bronce y una imagen de la Virgen del Pilar (Patrona de Zaragoza, España) hecha en plata y oro, son resguardados con celo y con devoción desde hace más 4 siglos. Éstos auténticos tesoros y su entorno histórico son merecedores de ser mostrados y contados, para que los Margariteños y Venezolanos en general puedan sentir orgullo de su tierra, y en especial de esta Isla que para la época de la Colonia era una fuente muy importante de riquezas para la Corona Española (Perlas), además de contar con una belleza natural que cautivó al mismísimo Colón, que al descubrir sus costas, comparó su hermosura con la de la joven princesa Margarita de Austria.
Razones hay de sobra, para que esta Isla se hiciese merecedora de tan hermosos obsequios, además de la bendición implícita que significa contar con la presencia de una sacra imagen como la de Nuestra Señora del Pilar, a la cual se le rinde homenaje, fiel y contante, todos los 12 de Octubre, en las calles de este bonito pueblo llamado Los Robles.

1 jun 2010

"Cristo del Buen Viaje"

El mes de mayo en la población de Pampatar (Isla de Margarita) tiene una importancia trascendental, debido a la celebración de la llegada del Cristo del Buen Viaje a sus costas.
Hace casi 400 años una embarcación que transportaba una enorme figura de madera de Jesús en la Cruz, tuvo que anclarse en las costas de este pueblo oriental (famoso por la producción de sal y la pesca). Dicho navío presentaba serias averías en su casco, producidos por los embates del mal tiempo en el mar, lo que obligó a su tripulación desembarcarse con la carga encomendada para poder así reparar los daños. Dicha imagen estaba destinada originalmente para enaltecer un monasterio de los Hermanos Dominicos en la isla La Española específicamente en la actual República Dominicana.
Los marinos al tratar de zarpar de nuevo, luego de realizadas las reparaciones en el Bergantín Santa Lucía y poder así proseguir con su encomienda, se encontraron con un mar mar embravecido, en una bahía reconocida por su pasividad. Esta situación se repitió varias veces, hasta que, movidos por la fe, por el miedo y hasta por su experiencia de siete mares, decidieron dejar al Cristo en este pueblo, donde, desde entonces, se le atribuyen muchos milagros y cuya devoción es prácticamente infinita.
Las festividades del “El Viejo” como cariñosamente se le conoce (por tener una apariencia de hombre mayor), comienzan con la bajada de su imagen del altar donde enaltece al templo que lleva su nombre. Luego, días después, se lleva la sacra imagen en procesión por las principales calles del pueblo (donde actualmente se ubican lujosos restaurantes y discotecas, en contraste con las viejas casonas coloniales del apacible pueblo pesquero).
Dentro de las celebraciones existe una muy particular, la misma recrea los eventos que suscitaron la permanencia, casi cuatricentenaria de la imagen en Pampatar. Todo comienza muy temprano, con la salida, desde un muelle de pescadores, de una imagen réplica del Cristo del Buen Viaje (mucho más pequeña), dentro de un bote pesquero (mejor conocido como Peñero), acompañado de una comparsa musical y de otros botes decorados con globos.
Frente a la bahía, expectante se encuentra una réplica del Bergantín Santa Lucía. Al encontrarse con el peñero que transporta la Imagen Sagrada, sus ocupantes hacen varios intentos de subir al Cristo dentro de las bodegas del barco. Luego de la tercera oportunidad desisten de la tarea y se alejan las mencionadas pequeñas embarcaciones, seguidas posteriormente por el Bergantín, para completar así, el despliegue marinero en una procesión llena de colorido, música y fe por toda la costa oriental de la Isla de Margarita.

Al regresar las embarcaciones a su punto inicial, el bergantín se despide y bajan la figura de su peñero para luego proseguir con una procesión a pie por unas cuantas cuadras hasta una pequeña capilla de una escuela cercana a la ranchería de pescadores, finalizando así la celebración hasta el año siguiente.

Esta bonita muestra de amor y fe me conmovió, ya que revela que las tradiciones de un pueblo y sus muestras de devoción son capaces de resistir los embates, no sólo de la naturaleza, sino de la modernidad, la cual, a veces, se empeña en borrar la historia, las tradiciones y hasta la espiritualidad de los pueblos.

31 ene 2010

"Caja de Pandora"


A veces, donde menos lo pensamos, encontramos “Cajas de Pandora” con historias sorprendentes que nos emocionan y nos cautivan, aún más cuando parte de éstas tienen como protagonistas a nuestros antepasados.
De niños solemos escuchar los cuentos de los viejos, pero que poco valor le damos (claro, para un niño y su corta existencia lo importante es el presente y en ocasiones, ese futuro cercano que luce como interesante vía de acceso a cosas que la minoría de edad no le permite). Pero al crecer y encontrarnos con lugares históricos (no sólo para un país, sino para una familia) nos embarga a muchos la curiosidad y el hambre por escuchar de nuevo esas historias, aunque algunos de los protagonistas o relatores ya no estén con nosotros. Es por eso que ahora, ya de adulto, siento en ocasiones, llegar a mi mente imágenes de un pasado que no viví, que sólo puedo crear en mi imaginación, con datos históricos recopilados a través de mi vida. Sobretodo al encontrarme con lugares donde vivieron mis antepasados, es ahí precisamente cuando juego a desandar los pasos de mis abuelos, padres y familiares, como si de una “Realidad Virtual” se tratara. Los veo en su cotidianidad, con sus problemas y alegrías, con sus limitaciones y sus conquistas, con sus rutinas de otras épocas, donde muchas cosas que hoy nos parecen normales y habituales, simplemente no existían.
En el año 2003, tuve la experiencia de ir a conocer un famoso club de golf en las afueras de Caracas, (muy cerca de la ciudad de Guarenas) debido a un levantamiento fotográfico que me solicitaron, para un posterior evento a realizarse en dichas instalaciones. El nombre de dicho club es “Izcaragua” palabra aborigen que significa “Tierra donde Abunda el Agua”, debido a los 14 ríos que se encuentran cercanos, incluyendo el propio Rio Izcaragua que atraviesa el club desde la parte alta, hasta la entrada. En estos terrenos funcionó en el siglo XVIII una hacienda de café, propiedad de la Compañía Guipuzcoana (monopolizadora del comercio), en plena época colonial y del cual sólo queda como evidencia una antigua casona con un trapiche y su respectivo patio de secado, totalmente reconstruidos y remozados, el cual hoy en día es utilizado para grandes eventos y recepciones.
Con los vaivenes del tiempo, la Hacienda Izcaragua pasó por manos de muchos propietarios antes de convertirse en un club privado, siendo uno de los últimos mi abuelo Gonzalo Trujillo.
Durante unos años (finales de los años 30 y principios de los 40 del siglo XX) mis abuelos, mi padre y sus hermanos hicieron vida hogareña en esta antigua casa y se dedicaron al cultivo del café, hasta que los precios de este grano bajaron vertiginosamente en los mercados internacionales, consecuencia de la guerra en Europa, lo cual llevó a mi abuelo a la penosa decisión de vender su hacienda.

Al llegar a las modernas instalaciones del actual club, recordé muchas de las historias narradas por mi padre acerca de su infancia, las cuales pasaron muchas veces desapercibidas ante mis oídos. Es así, que después de cumplir con mi trabajo, le pedí al Gerente del Club (luego de identificarme como nieto de un antiguo dueño) que me permitiera acceder a la vieja casona y éste muy gentilmente se explayó en atenciones, invitándome incluso a un área muy restringida de dicha histórica edificación, llamada “La Habitación de Los Dueños” donde se exhibe una galería fotográfica de muchos de los antiguos propietarios de la hacienda y en donde el Gerente amablemente mostró la ubicación del retrato de mi Abuelo, y sorpresivamente descubrí que mi Padre también formaba parte de dicha galería. En ese momento me invadió una nostalgia muy grande, recordé una de las historias de mi Padre en el que me contaba que tuvo la oportunidad de visitar dicho cuarto a mediados de los años 80, acompañado de mi Abuela, en ocasión de la celebración de un matrimonio al cual asistían como invitados, y tuvieron la grata experiencia de contemplar dicha galería. Recordé igualmente sus palabras al decirme que el cuarto antes mencionado, era la habitación principal que compartían mis Abuelos. Así fueron apareciendo recuerdos de sus historias de sobremesa acerca de sus años de infancia junto a sus hermanos, viviendo en libertad, bañándose en el rio que cruza estas fértiles tierras, pescando en sus aguas, cazando lagartijas y Tortolitas, disfrutando de la naturaleza totalmente virgen y espléndida.
El Gerente del Club al ver mi rostro supo interpretar mi silencio y me dejó a solas para que contemplara cada rincón de la otrora casa de mi Padre. A partir de ahí tomé mi cámara y capturé cada rincón, cada sombra, cada teja, cada adoquín, respiré el aroma de la madera y de la caña amarga de sus pasillos,
disfruté de sus techos altos, de sus largos corredores con sus columnas panzonas, su amplio patio, su trapiche, su entrada al antiguo potrero, y su hermosa capilla donde seguramente enseñaron a rezar a mi Padre y a mis tíos.
Me los imaginé a todos los miembros de ese hogar, a los niños retozando bajo la mirada supervisora de mi Abuela y su fiel perro, me imaginé a mi Abuelo dirigiendo su negocio y sintiendo las vicisitudes de un mercado deprimido, imaginé el sonido del trapiche y de las carretas, el olor del café aún sin tostar.Al salir de la casa colonial recorrí lo que hoy son campos de golf y que antes solían ser cafetales, busqué con mi cámara indicios de ese pasado agrario, lo único que conseguí fueron grandes árboles con flores rojas y enseguida recordé lo que mi mi Padre aprendió de su Padre: “Los Árboles Bucares se visten de hojas en la época del año cuando las plantas de café necesitan sombra y se desnudan cuando dichas plantas necesitan Sol”, es por eso que estos hermosos, majestuosos y centenarios árboles circundan todos los campos de golf en la actualidad, como testigos silentes de un pasado que no volverá pero que las imágenes permiten recrear.