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24 nov 2011

“Entre Indios Decapitados, Amazonas y Serpientes de Siete Cabezas”

Al visitar Ciudad Bolívar, es inevitable respirar historia, esta población, anteriormente llamada Angostura, (por su ubicación en el estrecho mas delgado del Río Orinoco) está repleta de historias y mitos.
Cuadro “La Pesca de La Sapoara” de Anibal Rafael Palma, Ciudad Bolivar, Venezuela

Muchas personas en el mundo al escuchar la palabra “Angostura” inmediatamente piensan en el famoso tónico, elaborado hoy en día en Trinidad y Tobago, sin saber que su nombre proviene realmente de esta ciudad venezolana.
Su inventor fue un prestigioso médico Alemán, llamado Johann Siegert, el cual, además de prestar un gran servicio como médico del Ejército Libertador, realizó también una importante labor a favor de la salud de los guayaneses del siglo XIX, los cuales vivían azotados de manera inclemente por el Cólera. Para tal fin elaboró algunos medicamentos para el alivio estomacal, con hiervas y raíces propias de la zona, naciendo de esta manera, la fórmula del Amargo Angostura. Posteriormente luego de la muerte del Dr. Siegert, su hijo se mudaría a la vecina isla de Trinidad, donde continuaría el legado de su padre y comercializaría el producto a la Gran Bretaña y de esta manera, a todo el mundo, beneficiándose de la penetración comercial del Imperio Británico de esa época. El Amargo Angostura sigue siendo, hasta nuestros días, en unas de las marcas más famosas y reconocidas de todo el planeta.
Otra famosa historia que uno encuentra, en el mismísimo aeropuerto, al toparse con un antiguo avión metálico, es la del aventurero norteamericano, Jimmy Angel y como él, a través de un aterrizaje forzoso con ese aeroplano sobre un nublado tepui, pudo descubrir, en el año 1937, la caída de agua mas alta del planeta, El Salto Ángel (en honor a su apellido). Este acontecimiento se convertiría en una novedad para los ojos del resto del mundo, pero para los miembros de la Etnia Pemón, dicha montaña y su majestuosa caída de agua, son paisajes habituales desde hace milenios. El Auyantepui y el Kerepakupai Vená, como se les conoce a la montaña y a su catarata en lengua Pemón, han inspirado novelas e incluso películas en Hollywood, como las ganadoras del Oscar “Mas Allá de los Sueños” (What dreams may come) y “Up”, entre otras.
A medida que uno avanza dentro de Ciudad Bolívar y sus costas ribereñas, uno se da cuenta, que las mismas, fueron testigos de excepción de muchos acontecimientos históricos; entre ellos, la frenética búsqueda de “El Dorado” , sobretodo entre los siglos XVI y XVII, por parte de los conquistadores españoles. El Orinoco se tiñó de rojo muchas veces durante esa época, por los ataques que se inferían mutuamente, tanto indígenas como colonos. La creatividad y la valentía de los lugareños, quedo ampliamente demostrada, al hacer frente a los invasores europeos, sin importarles, su clara superioridad tecnológica y bélica. Un ejemplo de lo antes expuesto, es la historia que habla sobre miembros de una etnia, ubicada cerca al Río Orinoco, los cuales pintaban sus caras de negro y dibujaban un rostro en sus barrigas, para luego, sigilosamente, aparecer de noche en los campamentos de los Españoles, realizando una emboscada.
Dicha acción provocaba un pánico incontrolable en los Conquistadores, desencadenando así, huidas despavoridas por la selva, acompañadas de gritos histéricos. Mientras se desarrollaba todo ese frenesí de angustia y pánico, en unas trincheras cercanas, aguardaban otro grupo de guerreros tribales, con sus lanzas hambrientas de sangre. Los Españoles no tardaban mucho tiempo en caer en la celada con ingenuidad, casi infantil, Al darse cuenta de la treta, la mayoría ya tenía una lanza introducida en sus abdómenes.
Hoy muchos piensan que el relato de los “Indios sin Cabezas” es un mito o una leyenda, pero también, hay los que afirman que esa historia es verídica, aunque sea difícil conseguir alguna bibliografía que lo sustente. Quizás porque no sobrevivió nadie quien pudiera registrar estos hechos de forma escrita.
Antes de entrar en el casco histórico de la ciudad, mi cámara se deleitó en un boulevard llamado El Paseo del Orinoco, contemplando y captando imágenes del Puente Angostura (el mas largo de su tipo en America Latina) y por supuesto, la pequeña isla conocida hoy como “La Piedra del Medio”, bautizada en otrora como “Orinocómetro” por el científico y aventurero alemán Alejandro Humboldt, en su visita a estas riberas en el año 1800. La razón de este nombre radica en la curiosa forma en que los pobladores de la antigua Angostura, medían la profundidad de las aguas del río y sus repentinas crecidas, gracias a los niveles de hundimiento de esta piedra, enclavada entre las ribereñas costas, de los hoy Estado Anzoátegui y Bolívar respectivamente. Humboldt estuvo en estas tierras como parte de su travesía por el Río Orinoco y la Selva Guayanesa, dejando registrado en sus apuntes, junto a su compañero Bonpland, las maravillas naturales de esta región.
Esta pequeña isla, además de ser testigo diariamente, del tránsito de embarcaciones, llevando personas desde la población de Soledad hasta el otro lado del río ( Ciudad Bolívar), también es principal protagonista de una leyenda muy presente actualmente, en los temores de los pescadores durante sus faenas diarias, extrayendo el sabroso Lau Lau y La Sapoara (peces de exquisito sabor, muy demandados en la zona). Aunque hoy en día, muchos saben que es una leyenda, todavía hay personas que sienten un frío en el pecho, al recordar las historias de los abuelos, acerca de “La Serpiente de Siete Cabezas”, la cual habitaba en la Piedra del Medio y se tragaba las embarcaciones que osaban pasar muy cerca de sus oscuras cavernas.
Esta leyenda fue desmentida científicamente, hace muy poco tiempo, en 1988, después de un amplio estudio oceanográfico por sus galerías, no sin antes propinarle un tremendo susto a uno de los buzos que realizaba dicho estudio. El investigador, sugestionado por los relatos de los lugareños, durante una de sus inmersiones en las turbias y oscuras aguas, aseguró haber visto a La Serpiente de Siete Cabezas, muy de cerca, pidiendo aterrorizado su evacuación inmediata del río.
Ya en el casco histórico, específicamente en la Plaza Bolívar, uno se siente abrumado, ante tanta historia en sus cuatro puntos cardinales. Si miras al oeste, encuentras la casa que fue sede del famoso Congreso de Angostura, donde nació la Gran Colombia.
Si volteas hacia el norte, encuentras la casa donde fue apresado Manuel Piar (General Patriota que lideró la liberación de Guayana del yugo colonial).
Si por el contrario, miras hacia el este, ves La Catedral en cuyos muros fue fusilado el mencionado General Piar, acusado por sedición y sublevación en contra del Libertador.
Pero al mirar al sur, encuentras 5 musas, representando cada una de ellas, las naciones liberadas por Bolívar, siendo la principal protagonista, tanto en belleza como en tamaño, la estatua que representa a Venezuela.
No solo las características antes descritas captaron mi atención, sino que desde la primera vez que visité Ciudad Bolívar y capté con mi cámara esta estatua en particular, recordé una moneda que poseo en mi vieja colección numismática, heredada de mi padre, la cual había sido acuñada casi en la misma época en que se esculpió estas figuras (finales del Siglo XIX) y donde aparecía el perfil de una mujer muy parecida a esta dama, hermosa mezcla de guerrera amazona con delicadeza de noble Patricia Griega (Estas monedas eran anteriores al Bolívar y se llamaban Reales y Centavos, algunas de estas monedas las llamaban popularmente Medios, Monagueros y Morocotas).
La actitud serena, bravía y de impactante belleza de esta obra, me conmovió y atrapó mi atención, dejándome claro, que ya para esa época, Venezuela era asociada con la figura de una hermosa mujer, y no sólo en la actualidad, donde gracias a los concursos de belleza, la mujer venezolana ha ganado tanta notoriedad mundial.
Indagando un poco en la historia, descubrí que esta asociación de imágenes, entre una nación, la libertad y las mujeres, había sido importada por Francisco de Miranda, tanto de la Revolución Francesa, como de La Guerra de Independencia de Estados Unidos de América, (ambas contaron con la participación del Generalísimo ). En el caso de EUA, a esa Dama de la Libertad le darían el nombre de "Columbia". Palabra ésta, que al ser tropicalizada, le daría identidad a la nueva nación fundada por Bolívar. El propio Libertador, pidió en su momento, ser retratado con esta codiciada dama, pero con la inclusión de características típicas de las mujeres indígenas de nuestra América, como lo son las plumas y el carcaj.
Hoy en día basta caminar por cualquier calle de nuestras ciudades o pueblos, para disfrutar de la exótica mezcla de razas que dieron como resultado unos seres de excepcional belleza y de recio carácter.
Son numerosas las historias de Mujeres Venezolanas que han resaltado tanto por su belleza, como por su valentía No en vano, Venezuela se ha ganado el calificativo de "El País de Las Mujeres".

27 may 2011

“Nuestra Tierra a Heredar”


“Nuestra Tierra a Heredar” o “Táchira” en lengua Chibcha / Muisca (Según tesis del académico Dr. Samir Sánchez). Otra teoría sostiene que ésta palabra proviene de un vocablo de origen Timoto-Cuica (Chibcha) como una deformación del término “Tachure” con que se identifica a una planta de uso medicinal. Cualquiera que fuese el origen etimológico de la palabra, El Táchira es actualmente el nombre de un estado andino de Venezuela, con características muy particulares.

Aunque nací en Caracas, siempre he estado relacionado, directa o indirectamente con esta región. Desde mi nombre (curiosamente similar al fundador de la Ciudad de San Cristóbal: Juan de Maldonado), hasta mi niñera, la cual era Tachirense o “Gocha” como con cariño se les conoce en el resto del país; e incluso en la actualidad, mi esposa es también nacida en el Táchira.
Desde temprana edad, lo primero que me llamó la atención fue el simpático acento “cantadito” y lo formal de su lenguaje (siempre en tercera persona), muy distinto por cierto, al resto de los venezolanos, que nos caracterizamos en ser todo lo contrario, hasta pecamos de ser confianzudos con las personas que recién conocemos.
Luego con los años, con el despertar de mi curiosidad hacia la historia, me encontré con un curioso hecho: 7 Presidentes de Venezuela habían nacido en este recóndito rincón a casi 1000 km de la Capital del país.
A la edad de 12 años, aproximadamente, tuve oportunidad de conocer en persona a esta hermosa región. Realicé un viaje familiar a casa de unos primos, junto a mi madre. De esta manera pude conocer muchos de los famosos “pueblitos andinos”, que tanto me habían hablado. Me llamó la atención ver lo distinto que puede ser la gente, e incluso la naturaleza, dentro de un mismo país. Muchas veces sentí que estaba en el extranjero, incluso hasta en el idioma, porque aunque hablemos todos Castellano, algunas palabras tienen un significado distinto a los que yo aprendí en Caracas.


En esa oportunidad quede impresionado con la bellezas naturales del Táchira, sobre todo con sus páramos siempre con flores enormes y coloridas, brisas heladas, cielos “encapotaos” (mucha nubosidad) más parecido a un paraje de los Pirineos que del Caribe.
En estos recorridos por la Cordillera Andina, conocí un pueblo, enclavado entre ríos y montañas, de nombre San Pedro del Rio, un lugar donde el tiempo simplemente se detuvo.

En el preciso momento en que termina el asfalto y comienzan las calles empedradas, uno siente que está entrando en el Siglo XIX. Las casas antiguas, la soledad de sus calles, el silencio, sólo interrumpido por el zumbido del viento, las vacas Holstein, pastando en las laderas, los adoquines, la iglesia de ecléctico estilo, las muchachas con mejillas enrojecidas por el frio, escondiéndose detrás de las celosías de sus ventanas, dejando oír sus tímidas risas. Con todos estos detalles me fui, pero jamás olvidé tal experiencia.


Luego, 10 años después, volví y conocí mejor la región, fui a otros pueblos, entre los cuales se encuentra “Capacho”, único pueblo dividido en dos (Capacho viejo y Capacho nuevo), debido a su destrucción parcial por un terremoto, pero lo curioso es que en la actualidad, este pueblo está compuesto por dos municipios, por ende, tiene dos alcaldes. En Capacho nació el primero de los presidentes tachirenses que ha tenido Venezuela: Cipriano Castro, líder de un movimiento armado, llamado “Revolución Restauradora”, por el cual, a finales del Siglo XIX marchó a Caracas, junto a su compadre, Juan Vicente Gómez, nacido en un pueblito vecino de Capacho, llamado “La Mulera”.
Después de sendas victorias en el campo de batalla, Castro y sus andinos, se hicieron del poder, comenzado así lo que muchos historiadores llaman “La Hegemonía Andina”, la cual comenzó con el General Cipriano Castro, seguido por el General Juan Vicente Gómez, tras un golpe de estado. Luego de 27 años en el poder, muere Gómez y es sucedido en La Presidencia por el General Eleazar López Contreras. Cerrando este período histórico, el General Isaías Medina Angarita sale victorioso en unas elecciones indirectas y ejerció la Primera Magistratura por 4 años, hasta verse interrumpido por un golpe de estado, infringido por cierto, entre otros personajes civiles y militares, por un tachirense, quien luego se convertiría en Presidente de Venezuela: El General Marcos Pérez Jiménez.



Este período de casi medio siglo, marcó definitivamente la historia venezolana. Posteriormente hubo otros presidentes también tachirenses, pero éstos no formaron parte de la mencionada “Revolución Restauradora”, resaltando el período dictatorial del citado General Marcos Pérez Jiménez, cuando el país vivió una modernización y progreso económico vertiginoso, pero pagando un precio muy alto (violación de derechos humanos y persecuciones políticas).
Durante este viaje conocí un hermoso pueblo llamado Peribeca, el cual se ha convertido en uno de los destinos preferidos para los propios pobladores de este estado, a la hora de buscar esparcimiento y buena comida, sobretodo, los fines de semana. También conocí y visité pueblos muy bonitos como La Grita, Rubio, Queniquea, Lobatera y obviamente la capital del estado: San Cristóbal.
Lamentablemente, la cámara que poseía en esa época y los conocimientos fotográficos, eran muy básicos, por ende, quedé con el sabor en la boca, es decir, con la necesidad de captar y llevar conmigo todas esas imágenes de este estado, muy parecido a las locaciones de los cuentos infantiles.



Luego de casi 20 años desde la primera vez que pisé El Táchira, logré reencontrarme de nuevo con San Pedro del Rio y en esta oportunidad llegué bien apertrechado con mi cámara, hambrienta de imágenes. Mi impresión en esta oportunidad, fue mayor, debido a que el pueblo se encontraba prácticamente igual a cuando la conocí, con la misma apariencia y hasta con los mismos colores en muchas de sus casas e iglesia. Esta vez a mi sensación de entrar en una parte del Siglo XIX, se le unió un “flashback”, que me llevó por instantes a los años en que comenzaba mi adolescencia y transité con mi madre por esas calles empedradas.

Otra vez caminé por sus adoquines, totalmente solo, las niñas se refugiaban en sus casas como lo hicieron seguramente sus madres hace casi 20 años. Mi cámara captaba cada fachada, cada calle, y por supuesto, la esquina donde me habían retratado con mi madre, casi 2 décadas antes.
En mis investigaciones previas, encontré información de las fiestas decembrinas de este pueblo, las cuales están cargadas de colores, luces y pasión. Este sentimiento se lo imprimen los pobladores al jugar, de manera temeraria, un juego parecido al futbol, pero con un balón prendido en fuego, al que llaman: “La Bola E´ Candela”. Pero la temeridad no termina ahí, como si no les bastara, también hacen un muñeco similar a un toro o vaca y le prenden fuego a los pitones y así corretean a las personas por las calles.


Me llamó la atención que un pueblo tan extremadamente calmo y pacífico, tuviera ese tipo de tradiciones, ¿será que tanta explosión de adrenalina, deja extenuados a los Sampedranos y no recuperan energías sino hasta un año después?, cualquiera podría creer eso.
Al salir de San Pedro del Rio y de su encanto casi de otra dimensión, me reencontré con la ciudad de San Cristóbal. Una pequeña pero hermosa ciudad, con mezclas fascinantes, donde muchos de los Presidentes nacidos en este estado, han dejado huella en su arquitectura. Aquí podemos encontrar, desde iglesias góticas, hasta edificios con pronunciada influencia Art-Deco de los años 50.



Existe un edificación en particular que me llamó la atención, por su belleza enigmática, y por ser, por muchos años un verdadero monumento a la desidia. Me refiero al antiguo Hospital Vargas. Este nosocomio fue la obra cumbre del Gobierno Gomecista en este estado y fue inaugurado el 19 de diciembre de 1927, pero dejó de funcionar en 1958 al crearse el Hospital Central. Del flamante y antiguo hospital, hoy sólo queda su fachada, la cual, como si de un teatro se tratara, se le ha pintado y conservado sus detalles, pero atrás de su gran portón, sólo existe un espacio vacío, lleno de vagabundos, los cuales hacen su vida “detrás de bastidores”.


Adornando esta imponente fachada, se encuentra un parque muy hermoso y con una casita muy peculiar, parecida a la que podemos encontrar en un cuento de hadas.

Al principio, pensé que se trataba de un parque infantil, pero resulta que su función (cuando servía) era dejar salir de su casa a unos pequeños personajes, (muy parecidos a los compañeros de Blancanieves) justo cuando su reloj marcara ciertas horas del día. Razones suficientes, para que la gente bautizara este lugar como: “La Plaza de Los Enanitos”, aunque su verdadero nombre sea “Plaza Ríos Reyna”.


Cuando uno llega o sale de la ciudad de San Cristóbal y transita alguna de sus colinas aledañas, es inevitable pararse para apreciar la panorámica de la ciudad con sus contrastes tan marcados, su agradable clima y respirar ese aire puro de montaña que la caracteriza. Inevitable es, también, darse cuenta a primera vista, de un gusto muy profundo por el futbol.

Recuerdo que una de las edificaciones que más me llamó la atención, mientras apreciaba la vista de la ciudad, fue la Iglesia de “San Juan Bautista” en La Ermita. No sólo por su belleza y su imponente tamaño, sino por los colores de su cúpula, ya que son los mismos que luce el equipo de futbol local, el Deportivo Táchira, el cual desata pasiones y hasta devoción, casi religiosa por parte de sus fanáticos, de hecho a su estadio le dicen “El Templo”.

No sé si será por coincidencia, la presencia de los colores aurinegros tanto en la Iglesia como en el equipo, pero la sensación que tuve al momento de llegar y captar con mi cámara este majestuoso templo, es que el fútbol en este estado es un asunto casi divino, a diferencia del resto del país donde el deporte rey es el beisbol.
Mi sorpresa fue mayor, al encontrar por Internet, durante una investigación acerca del significado de la palabra ¨Toche¨, la cual es muy usada por los Tachirenses (a manera de muletilla o simplemente para descalificar a alguien) y descubrir que dicha palabra, es el nombre de un ave insectívora que vive entre Colombia y Venezuela y comparte con el equipo de fútbol y con La Ermita, los colores ¨Aurinegros¨.

22 abr 2011

"Historias entre Sanjuanote y Sanfernandote"

Desde pequeño, mi padre me enseñó el placer de viajar por las carreteras. Más allá de los peligros implícitos en las vías, existe un encanto especial al ser pasajero en un vehículo que transita por caminos llenos de paisajes fabulosos; uno se siente como un espectador ante un Cinemascope. Sé, que éste placer en específico, fue la razón principal por la cual decidí ser fotógrafo y por ende, el origen de mi apetito insaciable por nuevas locaciones, dentro y fuera de Venezuela.
Hace unas semanas, me invitaron a una hacienda enclavada en el corazón de Los Llanos Centrales de mi país; específicamente en el límite entre los estados Guárico y Apure. La invitación fue más que eso, ya que mis anfitrionas no se limitaron a recibirme en las instalaciones de la hacienda, sino que además me llevaron en su carro y se convirtieron en cómplices de mi curiosidad y mi cámara fotográfica. El viaje desde Caracas tuvo una primera parada en la ciudad de San Juan de Los Morros, una peculiar población, capital del Estado Guárico, amurallada por una hermosa formación rocosa (Morros) la cual anuncia a los viajeros que hasta ese lugar llegan las montañas centrales y comienzan las extensas llanuras venezolanas. Coincidencialmente, a la entrada de esta ciudad existe una depresión geográfica entre montañas y un río, la cual lleva por nombre “La Puerta”. En ese lugar, se enfrentaron en 3 ocasiones, las Tropas Realistas (España) y las Tropas Patriotas (Venezuela), resultando en las tres oportunidades, derrotas significativas para la gesta emancipadora. En ese sitio se levantó un monumento muy imponente, con forma de marco de un gran portal, pero más allá de la belleza del monumento en sí, me llamó mucho la atención que se conmemorara la triple derrota de nuestro Ejercito Libertador, debido a que nunca había sabido la existencia de algún otro monumento que recordara fracasos, pero al leer la placa que está ubicada en las bases del mismo, me di cuenta que dicha estructura fue levantada para celebrar la constancia ante las adversidades y la valentía de un ejército que se enfrentó en amplia minoría numérica, contra un ejército más preparado y con mayores provisiones (y en ocasiones, con mayor crueldad en sus acciones, sobre todo en el caso de Boves, quién comandó las Tropas Realistas en la primera Batalla de La Puerta). En la inscripción del monumento entre muchas frases del Libertador, rescato éstas: “Dios concede la victoria a la constancia” (Simón Bolívar, Carúpano, 1814) “Mi constancia no desmaya y aun se fortifica con la adversidad” (Simón Bolívar, Cartagena, 1827).
Adentrándonos un poco más en la ciudad, quise conocer un monumento del cual tenía una simpática referencia anecdótica, me refiero al “Sanjuanote” una majestuosa imagen de San Juan Bautista, levantada al frente de la Plaza Bolívar de dicha población, y la cual cuenta con más de 19 metros de altura. Esta imagen tan imponente, se comenzó a construir en 1932, por encargo del Presidente Juan Vicente Gómez al famoso escultor Alejandro Colina, motivado por una visita que éste hiciera a San Juan de Los Morros y donde la autoridad local, además de recibirlo con los honores a su investidura, aprovechó para hacerle una petición al “Benemérito”, “Queremos un gran San Juan” dijo, pero él funcionario se refería a la ciudad y lo concerniente a su desarrollo económico, no al tamaño del monumento. No sé si sería por falta de entendimiento, por cinismo o por ironía, pero el mismo año en que falleció Juan Vicente Gómez, se inauguró la enorme imagen de este santo, la cual vigila el día a día de esta pujante ciudad.
Luego de realizar las capturas pertinentes con mi cámara, tanto del Sanjuanote, como del Monumento a la Bandera y Los Morros de San Juan, continuamos con nuestro viaje, realizando otra parada en un pueblo enigmático, cargado de historias taciturnas, inmortalizadas en una novela, la cual se ha convertido en un clásico de la literatura venezolana: “Casas Muertas” de Miguel Otero Silva.

Ortiz, se llama el pueblo, cuyos habitantes fueron afectados por una epidemia de fiebre amarilla, en la segunda mitad del siglo XIX, la que logró diezmar, casi por completo, a su población.La otrora ciudad más importante de los Llanos, se convirtió repentinamente en un pueblo fantasma, donde la muerte, el miedo y la paranoia, se convirtieron en sus visitantes recurrentes. De ese pasado, quedan hoy pocos vestigios, tan sólo unas cuantas fachadas de esas “Casas Muertas”, recuerdan los hechos trágicos de un pueblo que se negó a morir y el cual es hoy, de nuevo, un pueblo pujante, en franco crecimiento, donde hasta los muertos cambiaron de casa. Si, aunque suene extraño, la paranoia por la peste que afectó Ortiz llegó a tal punto, que un médico del pueblo en el año 1879, le pidió al gobierno del presidente Guzmán Blanco el cierre del cementerio y la construcción de otro, ubicándolo en un terreno más apartado de la población, lo que suponía también, la mudanza de todos sus “inquilinos”. Está medida fue realizada muchos años después en el año 1910.Para mí fue realmente impresionante haber encontrado las ruinas de dicho camposanto, gracias a los datos aportados por los lugareños. Por un instante pasaron por mi mente párrafos de la mencionada novela de Miguel Otero Silva: “…El gamelote y la paja sabanera se hicieron dueños de aquellas tierras sin guardián, campeaban entre las tumbas y por encima de ellas, ocultaban los nombres de los difuntos, asomaban por sobre de la tapia diminuta…". Precisamente así encontré a este cementerio, escondido entre humildes viviendas,
en un pequeño callejón, repleto de maleza y con sus nichos y tumbas profanadas, testigos silentes de un sufrimiento que muchos vecinos de este lugar hoy en día, desconocen. De hecho, muy cerca del cementerio viejo se encuentra una manga de Toros Coleados, donde los actuales habitantes de Ortiz y de pueblos aledaños, disfrutan de tardes festivas, cargadas de adrenalina, pasión, alcohol y música, en un deporte donde los llaneros demuestran sus habilidades ecuestres y en el control de las reses.
Después de captar con mi cámara estas imágenes llenas de tanta historia, dejé Ortiz con sus fantasmas y con sus coloridas “Casas Vivas” de la actualidad, recordando estrofas de un escritor nacido en ese pueblo: Dr. Daniel Mendoza “…Mi tristeza fue más honda al ver sus tumbas arropadas por los matorrales, circuidos de barandales herrumbrosos, resquebrajados. Me aleje de aquel sagrado sitio con el corazón oprimido…”.
Luego seguimos en nuestro viaje, llano adentro, y así me encontré con una ciudad rodeada de arrozales y de una gran represa, me refiero a Calabozo, donde una escultura llamada “Los Fundadores” da la formal bienvenida a la tierra llana y al corazón de Venezuela (el Estado Guárico tiene forma de corazón y está situado justo en el centro del país). Hice una parada en esta escultura, motivado por el realismo de las facciones de sus personajes. Un lenguaje corporal cargado de dramatismo, y no podía ser distinto, debido a que el motivo principal de dicha obra es la fundación de la ciudad por parte de unos sacerdotes.

En marzo de 1723 los misioneros Capuchinos andaluces Bartolomé de San Miguel y Fray Salvador de Cádiz reunieron 520 indios de las riberas del Orinoco y los asentaron en el lugar que ocupa hoy en día la ciudad y solicitaron a la Corona Española y al Capitán General de Venezuela fundar La Villa de Todos los Santos de Calabozo, hecho que significó un conflicto de intereses con los terratenientes de la época y dichos sacerdotes, sin contar todo el drama que significó la evangelización (muchas veces a la fuerza) de los nativos de estos pueblos autóctonos, habitantes originales de esas tierras. Así recordé una historia muy poco contada de un personaje, también muy poco recordado. Resulta que en Calabozo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX nació y vivió un verdadero genio, cuyo talento fue reconocido en su libro: “Viaje a las Regiones Equinocciales”, por Alejandro Humboldt cuando visitó esta población llanera y conoció personalmente a Carlos del Pozo. Un científico autodidacta, el cual realizó experimentos e inventó instrumentos para trabajar con la electricidad, casi 100 años antes que Tomas Alva Edison ( Baterías, Electrómetros, Electróforos, etc.), incluso inventó un pararrayos totalmente artesanal, con los escasos implementos que pudo tener a la mano, en un pueblo con muy pocos recursos científicos o intelectuales para la época.

Siguiendo con el viaje, pasamos junto a llanuras anegadas, los muy famosos Esteros de Camagüan. Ellos lucen como un oasis en una sabana cargada de tonos sepias, debido a la temporada de sequía. A los pocos minutos empecé a divisar en el paisaje, pastando y retozando en charcas, a los Búfalos de Agua, originales de la India, pero desde hace casi 60 años criándose en estas tierras. Ellos indicaban claros que nuestro viaje llegaba a su destino: La Hacienda Terecay.
“Allá lejos Terecay, cerquita de San Fernando, donde tengo unos amigos, donde voy de vez en cuando….”. Así comienza una tonada llamada “El Bucerrito” del gran cantautor venezolano Simón Díaz, la cual escribió después de una visita a esta hacienda. “Él solía pasar a tomarse un café con papá, cuando estaba de paso”, me contaba la hija del difunto Chucho Reggeti: Odette, compañera de viaje y anfitriona en la hacienda. En una de esas visitas a su amigo y además propietario de Terecay, Simón Díaz contempló una escena muy triste: un Bucerrito (cría del Búfalo) se le murió su madre y la desesperanza mostrada por este animalito fue razón suficiente para inspirar al gran compositor para hacer una bella canción, que es una de mis preferidas del amplio repertorio de su autoría.

Fue fabuloso internarme en las actividades diarias de los Búfalos (pastoreo, ordeño, etc.), mezclarme entre estos enormes y nobles animales y captarlos con mi cámara, mientras en mi cabeza sonaban las notas de esa tonada que desde hace muchos años me ha gustado y que siempre me ha hecho contactar con el sufrimiento de aquellos quienes han perdido a su madre de una u otra manera.
Luego de pasearme con mi cámara por las sabanas y senderos, captando no sólo a los Búfalos, sino también a toda la fauna que hace vida dentro de Terecay, llegó la noche y a la mañana siguiente partimos de vuelta hacia Caracas, pero antes, nos desviamos a San Fernando de Apure. Me habían hablado de un famoso “Sanfernandote”, una escultura al puro estilo del Sanjuanote de San Juan de Los Morros, claro con distinto protagonista y más moderna (Wascar Jaspe, 1993), por ende, no quería desaprovechar la ocasión para conocerlo y captarlo en mis fotos.

Para acceder a la ciudad de San Fernando, hay que atravesar, por medio de un puente, un río de impresionante caudal: El Rio Apure. Hice una parada en el medio de dicho puente para admirar el rio e imaginarme al recio héroe llanero de La Independencia y Primer Presidente de Venezuela: José Antonio Páez, atravesando a caballo, dicho rio, junto a sus hombres en la Toma de Las Flecheras en 1818, en plena Guerra de Independencia, generando este hecho, respeto y hasta pánico por parte de sus contendores españoles.Al salir del puente y entrar a la ciudad, me fijo en un cartel que dice: Puente Maria Nieves, lo cual pasó desapercibido ante mis ojos, hasta que Odette me cuenta que ese nombre era de un muchacho y no de una mujer, como cualquiera podía imaginarse, además un llanero muy recio, el cual, al igual que Páez, atravesó el Rio Apure, pero a nado, siendo el primero registrado en hacer tal proeza. Pensé que muchos hombres quisieran tener un ápice del valor y la hombría que demostró María Nieves en su oportunidad.
Ya en plena ciudad, me llamó la atención el aspecto caótico de sus calles, abarrotadas de vendedores ambulantes y de un desorden vehicular apabullante, en total disonancia con la quietud de las sabanas que lo circundan. En medio de ese caos, se levantan sendas esculturas. Una de ellas, le rinde justo homenaje a la mano derecha del General Páez, el bravío Pedro Camejo, mejor conocido como “Negro Primero”, el cual encontró su muerte, de manera valiente, en el Campo de Carabobo, donde se selló la libertad de Venezuela, no sin antes despedirse de Páez, diciéndole: “Mi General vengo a decirle adiós, porque estoy muerto”.A unos cuantos metros de este monumento, se encuentra una plaza con una escultura ecuestre del General Páez, inspirada en el famoso grito de este prócer: “Vuelvan Caras”, aunque muchos historiadores aseguran que el verdadero grito fue: “Vuelvan Carajo”, hipótesis más creíble, debido al nivel de instrucción que hasta ese momento tenía el General y también, tomando en cuenta la pasión y adrenalina desencadenados en un encuentro bélico. . Dicho grito lo realizó Páez, durante la Batalla de Las Queseras del Medio, simulando una retirada de sus 154 lanceros a caballo, tras la persecución de 1200 jinetes de la Caballería Española, para luego sorprenderlos, devolviéndose repentinamente, embistiéndolos con una furia desbocada, pasando de ser perseguido a perseguidor.
Seguí buscando a Sanfernandote y de repente me topé con una escultura, un tanto desproporcionada, pero llena de color, de gran tamaño, pero con rostro cándido, era Fernando III, Rey de Castilla y León en la Edad Media, conocido como “El Rey Santo”. Enseguida preparé mi cámara y comencé a captar desde distintos ángulos esa escultura que parecía más una de las “Fallas” de Valencia, España, o un personaje sacado de alguna serie animada japonesa, con su sable en alto, en actitud protectora, con el mundo en su mano izquierda y con la ciudad que lleva su nombre, a sus pies. De esta manera, comenzó mi retorno, con mi cámara llena de imágenes y mi memoria cargada de historias y paisajes para compartir, siempre desde mi propia perspectiva.