Una vez escuché una frase que me hizo reflexionar
profundamente, tanto, que no recuerdo la persona, ni el momento en que la
escuché, sólo se grabaron las palabras en mi mente: “Las personas somos como
estrellas, una vez que se apaga nuestra luz, la misma sigue refulgente durante
años, gracias al recuerdo de aquellos que nos conocieron”. Eso es una gran
verdad, y en esa tarea de mantener nuestra luz o la de nuestros seres queridos,
la pintura y la fotografía han sido de mucha ayuda. Yo en lo personal, poseo una colección de
fotos familiares, en la que hay antepasados que ni siquiera mis abuelos
conocieron.
Hace unos años hice un árbol genealógico en Internet y en él
agregué las fotos de los miembros de mi familia, valiéndome de mi extensa
colección, sin embargo, en muchos casos fue imposible conseguir los retratos de
algunos familiares, ni siquiera con la colaboración de descendientes directos,
en pocas palabras, la luz de su imagen se apagó para siempre.
En la antigüedad, los retratos eran un lujo exclusivo de
familias pudientes y de las realezas, los cuales contrataban a pintores de
renombre para poder plasmar para la posteridad, sus imágenes de la mejor
manera, es decir, con sus mejores galas y joyas, incluso con poses estoicas o
heroicas, según fuese el caso. Sin embargo, luego de la aparición de la
fotografía, en la segunda mitad del Siglo XIX, el deseo de retratarse, se hizo
más accesible para las clases menos pudientes. Esa necesidad de documentar la
vida diaria, así como los rostros (propios y de seres queridos) fue creciendo
de manera dispareja con el desarrollo de la tecnología fotográfica, la cual era
engorrosa y de uso exclusivo de profesionales dedicados a dicho arte.
Esa necesidad por documentar los rostros, llegó a tal punto
que muchas familias contrataban a los fotógrafos para retratar a cadáveres de
familiares, ataviados muy formales y en poses que buscaban esconder su Rigor Mortis. Esto era muy común con
niños y bebes, victimas de pestes y enfermedades incurables, a quienes su corta
vida les impidió tomarse su primera foto familiar. Para cualquier persona en la actualidad, tan
sólo pensar en ese tipos de fotos sería algo aterrador y hasta enfermizo, y en mi caso, como
fotógrafo, tan sólo de imaginarme preparando un set para una sesión fotográfica
de ese tipo, creo que superaría mis límites profesionales y éticos.
Gracias al advenimiento de un vertiginoso avance en la
tecnología, desde la segunda mitad del siglo pasado y que mantiene su ritmo
frenético en la actualidad, se ha logrado que la fotografía esté hoy, al alcance
de cualquier persona, aunado a esto, las populares redes sociales, tan en boga
últimamente, han permitido documentar, de manera casi inmediata, cada segundo
de nuestras vidas.
Hace poco, me llamó la atención cómo una mujer documentó su parto
por Instagram y Facebook (dos famosas redes sociales) con sus seguidores, de
manera simultánea, mientras se producía el alumbramiento en la bañera de su
casa, es decir, las imágenes de ese neonato ya forman parte del ciberespacio
desde su primer respiro, mucho antes de poder abrir los ojos y apreciar la luz
por primera vez. Esto era un sueño futurista descabellado, hasta hace muy pocos
años, seguramente atribuido a algún artículo de
Isaac Asimov o quizás a una
película de Stanley Kubrick o Steven Spielberg, pero hoy es una realidad que
vence límites de tiempo y de espacio.
2001 Odisea en el Espacio, Director: Stanley Kubrick |
Atrás quedaron historias como la de Orlando Reeves (Soldado
muerto en la Segunda Guerra Seminole, cuya tumba fue encontrada junto al Lago Eola
y en cuyo honor se le dio nombre a la famosa ciudad de Florida, EEUU.) que a pesar que su nombre y valentía inspiró a visionarios como Walt Disney a vencer los obstáculos naturales y construir un lugar cargado de maravillosos parques y atracciones para los turistas, su rostro es desconocido, así como la de muchos anónimos más, cuyo paso por esta tierra, quedó en el olvido, debido a que no contaron jamás con un retrato, ni fotográfico ni pintado, que plasmara su rostro para su posterior recuerdo, y que como luz estelar,
pudiese perdurar más allá de su vida terrenal.
Lago Eola