En
la segunda mitad de los años ochenta, yo era asiduo televidente de una serie de
documentales de naturalismo llamado Expedición,
los cuales se transmitían en el desaparecido canal RCTV en Venezuela. En sus
capítulos además de pasearse por la fabulosa geografía de mi país (Venezuela),
se presentaba toda una exposición científica acerca de la fauna, flora, así
como también se mostraban los primeros pasos de lo que posteriormente
conoceríamos como Eco - Turismo.
En
varios episodios de esta serie, un grupo de biólogos explicaban que el bosque
lluvioso tenía varios hábitats: El Suelo, Arbustos, el Sotobosque (árboles de
mediana altura), el Dosel (las copas de los árboles
predominantes en población) y el Nivel Emergente (árboles aislados
que sobresalen por encima del nivel del dosel). Dicha clasificación dependerá
siempre de la altura de los árboles y de la cantidad de luz solar y agua de
lluvia que reciban las plantas, al igual que los diferentes seres vivos que
viven en esos ecosistemas. Para poder ser más didácticos, mostraban un gráfico
con líneas horizontales que atravesaban un gran árbol de aproximadamente 40
metros de alto, formando franjas con diferentes nombres:
Hace
poco tiempo, al pasar una temporada por la ciudad de Caracas (capital de
Venezuela), recordé esos maravillosos capítulos que marcaron mi infancia y pre
– adolescencia, mientras me deleitaba, tarde tras tarde, durante dos semanas,
con un simpático grupo de guacamayas que escandalosamente se agrupaban en las cercanías
del piso 13 del edificio donde me estaba hospedando. Recordé, igualmente que siempre me llamó la
atención la cantidad de loros que pernoctaban en calles tan transitadas y
bulliciosas como en Las Mercedes e incluso en Autopistas como la Francisco Fajardo
en la citada ciudad, siempre coexistiendo con humanos, en casi completa y mutua
indiferencia.
Durante
esas semanas, las guacamayas me visitaron a primera hora en la mañana y al
final de la tarde. Cada vez que las escuchaba, corría a tomarles fotos, siempre
dejando mi cámara con su lente 70-300 mm lista para lograr captarlas en el
momento en que llegaban a los balcones de los vecinos o a las copas de los
árboles, pero éstas eran esquivas, la mayoría de las veces, a mi lente. Hasta que un día decidieron retozar sobre una
antena de tv de un edificio continuo.
Aproveché la ocasión y comencé a capturar
escenas de la socialización entre ellas ( se acicalaban mutuamente y hasta parecían conversar acerca
del final de su jornada, incluso con acaloradas discusiones).
Mientras
yo ajustaba la exposición de mi cámara, y tomaba algunas tomas de prueba,
luchando contra la poca iluminación del ambiente nublado, las curiosas cotorras
se sintieron realmente intrigadas por esa luz que salía de mi cámara (flash), luego
de varias fotos, su curiosidad se hizo insoportable y decidieron enviar a dos
representantes directamente a mi ventana, para ver más de cerca ese extraño artefacto,
el cual emitía tan peculiar luz.
Me
imagino que para ellas, la sensación ha debido ser, como para los humanos la
visualización de un objeto volador no identificado, O.V.N.I (según sus siglas). La verdad que me tomó de sorpresa ver como se
acercaban, volando rápidamente y de frente a mi cámara, de manera intempestiva,
razón por la cual, no pude ni siquiera enfocar mi lente para captar tan
apreciado momento.
En
ese instante mi corazón latía con fuerza y la adrenalina corría por mi cuerpo
como lava ardiente. Las guacamayas mientras tanto, decidieron vigilarme, posadas
cómodamente, sobre el aire acondicionado del piso superior, yo comencé a
sonreírles y a la vez, de manera jocosa, traté de imitar su idioma. Al poco
tiempo perdieron su interés por mi y mi cámara, devolviéndose al edificio
vecino, para posteriormente digerir las pequeñas piedras del maltrecho friso,
haciendo por instinto, lo mismo que sus hermanas en la selva (comen piedras y
grava para desintoxicarse de frutas ligeramente venenosas).
Los
días posteriores pude tomar otras fotos de las guacamayas y compartirlas en las
redes sociales, y así fue como me enteré, que dichas aves eran ya famosas, no
sólo en la urbanización donde yo estaba, sino por distintos lugares de Caracas,
donde muchos de sus pobladores les daban
alimentos mientras se regocijaban con sus visitas.
Descubrí también que su
presencia era atribuida, principalmente a un inmigrante italiano, de nombre Victor
Poggi, quien motivado por su amor a las guacamayas, las comenzó a criar y a
liberar desde los años setenta en Caracas.
Al
pasar los días, ya terminando mi estadía en Caracas, mientras caminaba en la
calle, rumbo a un centro comercial, escuché la estruendosa llegada de las guacamayas,
inmediatamente alcé mi mirada y pude ver a estas hermosas aves, automáticamente,
apareció una sonrisa cómplice en mi rostro, luego al bajar mis ojos me di
cuenta como las personas estaban
totalmente inmersas en sus pensamientos y su cotidianidad ignorando, lo que
ocurría justo encima de sus propias cabezas. A las aves, por cierto, tampoco les
interesaba mucho lo que ocurría debajo de la seguridad de las copas de los
árboles.
En
ese momento volví a recordar esa serie de documentales de tv, mencionado al
comienzo y que tanto me gustaba, dándome cuenta, que también en la selva de cemento,
existen varios hábitats, dependiendo de la altura, no sólo de sus árboles, sino
también de sus edificios, siendo las guacamayas, alegres ciudadanos de su
dosel, mientras nosotros somos los habitantes del estresante sotobosque
metropolitano.
Juan Carlos Trujillo M.
Nota: Si desean ver los relatos de las personas que reciben las visitas diarias de estas maravillosas guacamayas, los invito a visitar un grupo de Facebook, llamado Guacamayas en Caracas: https://www.facebook.com/groups/32118994540/?fref=ts
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